Disciplino mi cuerpo como lo hace un atleta, lo entreno para que haga lo que debe hacer. De lo contrario, temo que, después de predicarles a otros, yo mismo quede descalificado. (1 Corintios 9:27 NTV).
Sin duda alguna, el apóstol Pablo fue uno de los hombres que más trabajó por la causa del evangelio, fue uno de los que tuvo de parte de Dios, más visiones, más revelaciones y pudo llegar más lejos con la predicación debido a sus dones y su preparación.
Sin embargo, en una de sus cartas a la iglesia de Corinto, Pablo expresa que él al igual que deberían hacer todos los Cristianos, somete su cuerpo a una disciplina constante, rigurosa y busca siempre la manera de dominar su mente y todo su ser. Se entrena como lo hace un atleta, se exige a sí mismo que viva de acuerdo a como debe de hacerlo un Cristiano.
Todo esto Pablo lo hace porque él entiende y es consciente de que por muchas iglesias que haya fundado, por mucho conocimiento que haya tenido, por muchas revelaciones que se le haya dado, por muchas visiones y dones que tuviese, si él al igual que todos los seguidores de Jesús, no cumplía con las enseñanzas del maestro, de nada le servía conocerlas y enseñarlas.
Pablo no basaba su salvación ni su aprobación delante de Dios en sus dones, en su intelecto o en su trabajo, sino en la obediencia práctica de las enseñanzas de Jesús.
El apóstol Pablo con toda humildad reconoce que él está en la misma carrera de la fe que todos los demás Cristianos y que al igual que todos, él necesita la aprobación de Dios por sus pensamientos, sentimientos y acciones, que debe actuar correctamente, no solo en las cosas que se ven, sino en todo, aun en aquellos pensamientos y sentimientos que no se ven, los que están en el corazón, que lo pueden llevar a pecar y desobedecer lo ordenado por el señor Jesús.
Pablo no se auto engaña por ser el apóstol, ni siquiera se siente superior a los demás, sino todo lo contrario, él teme, sabe que puede quedar desaprobado si no alinea su vida a lo que Dios manda, sin importar cuánto él haya enseñado a otros, él sabe muy bien que Dios lo puede descalificar si se descuida un poco.
Aun con toda la revelación que recibió el apóstol Pablo (2 Corintios 12:1-4), aun con toda la sabiduría que Dios le dio, que hasta el apóstol Pedro lo reconoció (2 Pedro 3:15-16), Pablo no se considera especial o importante, no se considera mayor o más importante que los demás, él se considera el peor de los pecadores, sobre el cual Jesús Cristo derramó su misericordia.
Veamos cómo se llamaba a sí mismo el gran apóstol Pablo, el que fundó más iglesias, el que hablaba más idiomas, el que tenía más revelaciones, el que tenía mayor conocimiento y sabiduría, el que llegó más lejos con el mensaje del Evangelio, el que escribió 13 cartas del Nuevo Testamento:
▪︎ Miserable de mí (Romanos 7:24): Pablo estaba consciente de que era débil, y que en él existía el mal que se revelaba contra la ley de Dios muchas veces, y que fallaba como ser humano, nunca se creyó digno de todo, ni mucho menos se creía infalible.
▪︎ Yo soy el más pequeño de los Creyentes (Efesios 3:8): Considerado por nosotros como el «gran apóstol», él tenía tanta humildad genuina, no fingida, que se miraba como el más pequeño de los creyentes entre toda la comunidad Cristiana, no buscaba cargos, puestos o reconocimientos de la gente, no quería que nadie mirara y admirara su gran labor ni lo mucho que sabía, él como el más pequeño de los creyentes solo buscaba una cosa: agradar a aquél que lo llamó (Gálatas 1:10; 1 Tesalonicenses 2:4).
▪︎ Yo soy el más pequeño de los apóstoles (1 Corintios 15:9): a pesar de todos los dones que Dios le había otorgado a Pablo y el alcance que había tenido, él se miraba a sí mismo como el más insignificante de todos los apóstoles, como un abortivo, como el indigno de ser llamado apóstol, y jamás tuvo un más alto concepto de sí mismo que el que debía tener.
▪︎ Yo soy el primer pecador (1 Timoteo 1:15): Pablo se considera el primer pecador, es decir, el más grande de los pecadores; y entiende su salvación como el modo por el cual Cristo muestra su misericordia como ejemplo a otros que han de creer.
Es importante notar que no dice «era» el primero (mayor) de los pecadores, sino que dice «soy». Porque una persona mientras más conoce a Dios de verdad, más consciente es de lo enorme de sus pecados, de sus errores y de sus debilidades, y de la aun mayor Gracia de Dios para perdonarle.
▪︎ Ni Apolos ni yo somos nada (1 Corintios 3:5-7): La iglesia de Corinto estaba dividida, unos decían: Yo soy de Pablo. Y otros: Yo soy de Apolos. Pablo interviene en su carta dejando clara su posición al respecto. Jamás Pablo buscó reconocimiento alguno, todo lo contrario, aclaró una y otra vez que no lo miraran como alguien que no era. Pablo no tenía problemas de autoestima como para querer que le dieran siempre algún mérito, tampoco se sentía inferior si no le reconocían algo, por el contrario siempre dejaba claro que él era un servidor nada más, y el único importante y quien se merece todo el mérito es Dios.
¡Qué buen ejemplo el del apóstol Pablo! No se apoyaba en su propia opinión, tenía los pies bien puestos sobre la tierra, se analizaba más a él mismo que a los demás, se cuidaba más de él mismo que de los demás, se aplicaba lo que predicaba. (1 Timoteo 4:16).
Y la orden apostólica es: Hermanos, traten todos de imitar lo que yo he hecho, así como yo imito a Cristo. Fíjense en aquellos que siguen nuestro ejemplo. (1 Corintios 11:1; Filipenses 3:17).
Lamentablemente hoy en día, opuestos a Pablo, muchos líderes, tanto en las religiones como en nuestra fe, han olvidado las palabras de advertencia del apóstol: Ten cuidado de ti mismo. Y no tienen el mismo temor que tenía Pablo: «… temo que, después de predicarles a otros, yo mismo quede descalificado».
Por el contrario, no entienden razones, se niegan a ver las evidencias que demuestran su mal actuar, no escuchan consejos, se apoyan en su propia opinión; se han llenado de ego, el orgullo los ha cegado, la soberbia se ha apoderado de ellos, sentimientos que tristemente los han llevado a su ruina ministerial, que los han hecho ineficaces en el ministerio que en su momento les confió Dios.
Es por esto que al compartir el evangelio con otros no debemos engañarnos a nosotros mismos, como si fuésemos más santos, más nobles o más justos que los peores pecadores, porque la realidad es que no lo somos. La única diferencia entre ellos y nosotros es la gracia de Dios en nuestras vidas.
Que Dios nos ayude a todos los seguidores de su amado hijo Jesús el Cristo a reconocer y corregir nuestros propios errores, a tener el mismo deseo del Salmista cuando dijo:
«¿Quién puede darse cuenta de todos sus errores? Así que te pido que me ayudes a no cometer pecados sin darme cuenta. Protégeme de la soberbia; no dejes que la soberbia gobierne mi vida. Sólo así podré estar puro y libre de toda culpa. SEÑOR, tú eres mi roca; eres quien me salva. Deseo que te complazca todo lo que digo y pienso». (Salmos 19:12-14).
Los que tenemos liderazgo debemos entender que: «quienes enseñamos seremos juzgados con mayor severidad». (Santiago 3:1). Y que así como predicamos a otros, debemos practicar lo que predicamos.
Pues escrito está: «No se engañen, pues no son los oidores los que serán justificados delante de Dios [ni los predicadores, ni los conocedores], sino los hacedores de la palabra de Dios». (Santiago 1:22-25; Romanos 2:13).
Tengamos el mismo sentir del apóstol Pablo, no sea que habiendo predicado la buena noticia a otros, nosotros mismos quedemos descalificados delante de Dios.
Espero que Dios te haya enseñado algo a través de este artículo y que tengamos la humildad para aprender. Te deseo:
«Que la Gracia, misericordia y paz, de Dios nuestro Padre y del señor Jesús el Cristo, hijo del Padre, estén con ustedes en verdad y en amor» (2 Juan 1:3).