Porque se les juzgará de la misma manera que ustedes juzguen a los demás. Con la misma medida que ustedes midan a los demás, Dios los medirá a ustedes (Mateo 7:2 PDT).
Hoy en día, la mayoría de personas que profesan la fe, han olvidado totalmente esta advertencia de nuestro señor Jesús.
Creer que Dios es uno es bueno, saber que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, está excelente. Pero al final, la teoría es necesaria llevarla a la práctica, y es ahí donde a todos los niveles, la mayoría falla, pues no es lo mismo decir lo que crees, que practicar lo que dices creer.
Es fácil decir: «Amo a Dios por sobre todas las cosas». Es fácil decir: «Amo a mi prójimo como a mí mismo». Pero de decirlo a hacerlo, hay un abismo inmenso.
El apóstol Juan nos deja claro que: «Si alguno dice que ama a Dios, pero odia a su hermano, es un mentiroso. Porque si no ama a su hermano, a quien puede ver, mucho menos va a amar a Dios, a quien no puede ver». (1 Juan 4:20 PDT).
No vas a querer perderte de la gracia de Dios por no haber querido extender gracia, no vas a querer perder la misericordia de Dios en tu vida, por no haber extendido misericordia, pues conocemos al que dijo:
«Sean misericordiosos, como también su Padre es misericordioso». (Lucas 6:36).
Siendo honestos, muchas veces somos muy duros en nuestro trato con los demás, porque siempre juzgamos a los demás con un juicio mucho más severo que con el que nos miramos a nosotros mismos.
Somos duros para juzgar a otros, muy perspicaces para ver las faltas y errores que nuestros hermanos cometen, olvidándonos que somos igual de imperfectos que ellos.
Cuando miramos la conducta de la gente de afuera, decimos: «eso no es justo» e inmediatamente le pedimos a Dios que «haga justicia», pero cuando nos miramos a nosotros mismos, regularmente nos excusamos y le pedimos a Dios que «tenga misericordia de nosotros».
Pero olvidamos la regla básica dada por el señor Jesús, que dice:
«Porque se les juzgará de la misma manera que ustedes juzguen a los demás. Con la misma medida que ustedes midan a los demás, Dios los medirá a ustedes». (Mateo 7:2 PDT).
Si hay algo que Jesús aborreció de los fariseos, fue su hipocresía, la hipocresía de imponer en otros cargas que ellos mismos no eran capaces de mover ni con un dedo (Mateo 23:4, 13).
Es hora que nuestra mentalidad empiece a cambiar, debemos pedirle a Dios que nos ayude para empezar a ver a las personas con ojos de misericordia, como nos gustaría que nos miraran a nosotros.
Debemos de llegar a tener la madurez necesaria para reconocer que nuestra forma de conducir nuestra vida y el trato que le hemos dado a los demás, no nos ha llevado a absolutamente nada.
En 2 Samuel 12:1-7 se nos dice que Dios envió al profeta Natán donde David, y le contó una historia de un hombre que había hecho injusticia, y la respuesta inmediata de David fue:
«David se enfureció mucho contra aquel hombre, y le dijo a Natán: ¡Vive el Señor, que el hombre que hizo esto debe ser condenado a muerte! ¡Y debe pagar cuatro veces el valor de la ovejita, porque actuó sin mostrar ninguna compasión!» (2 Samuel 12:5-6).
A lo que el profeta Natán le responde: «¡Tú eres ese hombre!». (2 Samuel 12:7).
Muchas veces nos comportamos como David, tenemos doble moral, inmediatamente queremos impartir justicia cuando es otra persona quien ha cometido un error, pero si somos nosotros los que hicimos exactamente lo mismo, le decimos a Dios: «¡Ah! Pues que no lo maten, dale un chance».
Es por ello, que al igual que David, nosotros necesitamos ser confrontados por un Natán, que nos haga ver nuestro propio pecado, ya que muchas veces el orgullo y la soberbia no nos dejan ver nuestras propias faltas. Pero sobre todo, debemos de aprender a tener la humildad para reconocer nuestros errores cuando se nos hagan saber.
No te olvides de este principio que dejó claro nuestro señor Jesús: «como juzgues serás juzgado, como midas a los demás así mismo Dios te medirá a ti».
Si tú das gracia, favor y misericordia, con eso mismo Dios te medirá a ti, pero si pides justicia, y repartes venganza para aquél que no se alinea a tu forma de pensar, así mismo Dios te medirá a ti y no te agradará que Dios te mida con justicia.
Lo que todos necesitamos es misericordia, y quizás todos estemos de acuerdo en eso, entonces hay que darla primero, jamás recibirás lo que no das, porque lo que sembramos es lo que vamos a cosechar.
Aterra pensar que, porque yo no puedo perdonar, Dios tampoco me perdone a mí, aterra imaginar que si yo no extiendo gracia, puedo perder la gracia de Dios, aterra pensar que, porque yo no quiera extender misericordia a mi semejante, Dios me juzgue sin misericordia a mí.
Pues escrito está: «Dios juzgará sin compasión a los que no han tenido compasión de los demás, pero si ustedes han sido compasivos, Dios será misericordioso con ustedes cuando los juzgue». (Santiago 2:13).
No por pensar que estoy en lo correcto, significa que verdaderamente lo estoy. Lo que hablará por ti y por mí, querido lector, no son nuestros argumentos, ni nuestras acusaciones a los demás, mucho menos nuestras justificaciones, sino nuestro fruto, el fruto hablará por ti, pues nadie puede dar lo que no tiene en su corazón, Jesús lo dijo así:
«El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas». (Mateo 12:35).
Cuando pidas a Dios perdón, recuerda haber perdonado primero (Marcos 11:25-26), esa es la regla en todo.
Hoy es el tiempo para que empecemos a vivir de la manera que Dios desea para nosotros, actuando con misericordia y no con maldad.
Dios no nos llamó a almacenar información para engañarnos, pensando que con eso basta, Dios nos llamó a vivir de acuerdo al conocimiento que Él nos ha permitido tener. Es para aplicarlo en nosotros mismos.
Hoy podemos empezar a vivir de acuerdo a las palabras del maestro, no solo tomando lo que nos gusta de sus enseñanzas para corregir a otros, sino todas las enseñanzas, aún esas que no nos gustan, porque nos demandan a nosotros cambiar nuestro comportamiento con los demás, como la que dice:
«Sean misericordiosos, como también su Padre es misericordioso». (Lucas 6:36).
Deseando que este artículo sea de bendición a sus vidas, les deseo:
«Gracia y paz les sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro señor Jesús» (2 Pedro 1:2).